Heredera, al igual que sus hermanos, de la tradición cultural acumulada por su padre escritor, comenzó su formación artística en la ciudad de Barcelona, donde acudía a las clases de la Facultad de Bellas Artes de San Jordi. Aquí contacta con el movimiento primitivista-neoexpresionista (Grupo Cobra), en boga a principios de los años ochenta.
Se licenció en 1986, y al año siguiente se incorporó al grupo Atlántica. Con su obra de telas desgarradas que sustentan mapas y signos, y en las que reclama una poética de la oquedad y el vacío, Cáccamo se aparta de la plástica gallega de estas décadas.
En 1987 el Colectivo Alecrín, el Concello de Vigo y otras instituciones, preocupados por la deuda histórica contraída con las mujeres en el mundo artístico, organizaron la Bienal de Artistas Galegas. Berta Cáccamo se benefició del impulso de esta iniciativa, exponiendo su trabajo en varias convocatorias. Al año siguiente, recibió la beca Manuel Colmeiro de la Xunta y fue seleccionada para la muestra de arte joven del injuve de Madrid. De este modo, su obra comenzó a ser expuesta por toda la geografía peninsular. Tras obtener la III Beca de Creación Banesto se trasladó a vivir a París, y entre 1990 y 1991 estudió en la Cité International des Arts. Allí profundizó en el conocimiento de las civilizaciones clásicas y orientales, que poco a poco se filtrarían en sus obras. Posteriormente, fue becada para la Academia Española de Roma.
Su carácter se define partiendo del trabajo de Miró, que le inspira la idea de esencialización y el rechazo a todo lo superfluo. Cáccamo conjuga esta mínima expresión con el peso escenográfico de signos y símbolos, influencia directa de la obra de Tàpies. Según la investigadora Estrella de Diego, «la obra de Berta Cáccamo se acerca a un lenguaje que, por calificarlo de algún modo, podríamos llamar posminimal: heredero de la pintura de Morris Louis o las manchas de color de Frankenthaler».
En sus primeros trabajos, la materia es la protagonista fundamental, conformando figuras y signos que colorea profusamente. A finales de los años ochenta practica una pintura que se disuelve en capas cada vez más leves, buscando resaltar la presencia del soporte. Materia y símbolos se convierten ahora en sombras que amenazan con desaparecer por completo. A comienzos de los años noventa el soporte pasa a tener mayor relevancia llegando a ser el protagonista absoluto de la obra. En estos años entran también en juego la geometría y las sombras, caracterizadas por el empleo de tonos neutros, negros y grises que configuran obras silenciosas pero intensas en su expresión metafísica.
Su obra pictórica está en estrecha relación con la obra en papel, ya que la artista transpone los efectos creados en el proceso con papel a las telas. Para ella, parafraseando a Xabier Seoane, es antigüedad deshecha, historia remota y cosa familiar; pintura generadora de una poética propia que oscila entre la grafía y la pintura. Ejercía la docencia como profesora asociada en la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra.